Sujeto y objeto
La necesidad de sentido y de unidad del pensamiento me ha llevado al sentido y unidad de la realidad. Ahora voy a hablar de la realidad del pensamiento, no de lo que él dice de la realidad, sino de lo que es.
Lo descubro encerrado en sí mismo, en mi interior, y separado del resto de la realidad, la exterior, por una barrera infranqueable, por lo que ni yo puedo expresar o sacar de mí todo lo que hay en mí, ni otro puede entrar dentro de mí, en mi más profunda intimidad.
Esta diferencia constituye una verdadera estructura de la realidad, que la divide entre sujeto y objeto, y a la vez se presenta como dualidad aparentemente irreductible, pero que la exigencia de unidad postula que sea realmente una, pese a la fuerza de esta apariencia dual.
Suponiendo, con arreglo a este método, la unidad final de la realidad, la subjetividad es la parte interior de la realidad y la objetividad, la exterior, algo tan simple de comprender como que yo tengo una parte interior, mi conciencia, y otra parte exterior, mi cuerpo, y sin embargo soy sólo yo.
Pero descubro que mi propia conciencia tiene como complementario y distinto de ella no sólo a mi cuerpo, sino al universo, todo lo que no es ella. Su aparente pequeñez resulta desmentida por su posición e sujeto frente a un objeto de dimensiones casi incalculables.
Si, a la vez, todo es uno, como presupongo, yo, en mi pequeñez, soy la función de interior del universo exterior, pero como a la vez tengo que suponer que ésta es una experiencia común a todos los humanos, tengo que deducir una secreta unión entre todas nuestras subjetividades, unión que pasa más allá de la barrera que se ve entre nosotros y que es, probablemente, inconsciente, situada en una especie de hueco de la conciencia.
Para la reflexión que voy a hacer ahora, voy a emplear el mismo método que para las primeras sobre el sentido y la unidad: observar las propiedades del pensamiento y deducir de ellas las de la realidad.
En el sujeto hay un hueco, un agujero o vacío, que es la conciencia de nuestros límites y también la de los límites de la parte de realidad que vemos como objeto y el deseo o la necesidad de superarlos, muchas veces acicateado por el dolor.
Es un hueco porque nos hace quedarnos frustrados y a la vez ansiosos de lo que quisiéramos que fuera posible. En la vida corriente, hay veces que se nos colma: en el amor sexual, en la música... Por momentos, sentimos la perfección, pero suele ser pasajera.
Por tanto, el hueco o vacío o dolor que hay en nosotros es el de la imperfección. Y ansiamos la perfección y no nos conformamos con menos que la perfección absoluta, sin defectos. Esto hace que el hueco de la imperfección se pueda llamar también con ansiedad hueco de la perfección y la necesidad que sentimos de ella es el amor.
Lo descubro encerrado en sí mismo, en mi interior, y separado del resto de la realidad, la exterior, por una barrera infranqueable, por lo que ni yo puedo expresar o sacar de mí todo lo que hay en mí, ni otro puede entrar dentro de mí, en mi más profunda intimidad.
Esta diferencia constituye una verdadera estructura de la realidad, que la divide entre sujeto y objeto, y a la vez se presenta como dualidad aparentemente irreductible, pero que la exigencia de unidad postula que sea realmente una, pese a la fuerza de esta apariencia dual.
Suponiendo, con arreglo a este método, la unidad final de la realidad, la subjetividad es la parte interior de la realidad y la objetividad, la exterior, algo tan simple de comprender como que yo tengo una parte interior, mi conciencia, y otra parte exterior, mi cuerpo, y sin embargo soy sólo yo.
Pero descubro que mi propia conciencia tiene como complementario y distinto de ella no sólo a mi cuerpo, sino al universo, todo lo que no es ella. Su aparente pequeñez resulta desmentida por su posición e sujeto frente a un objeto de dimensiones casi incalculables.
Si, a la vez, todo es uno, como presupongo, yo, en mi pequeñez, soy la función de interior del universo exterior, pero como a la vez tengo que suponer que ésta es una experiencia común a todos los humanos, tengo que deducir una secreta unión entre todas nuestras subjetividades, unión que pasa más allá de la barrera que se ve entre nosotros y que es, probablemente, inconsciente, situada en una especie de hueco de la conciencia.
Para la reflexión que voy a hacer ahora, voy a emplear el mismo método que para las primeras sobre el sentido y la unidad: observar las propiedades del pensamiento y deducir de ellas las de la realidad.
En el sujeto hay un hueco, un agujero o vacío, que es la conciencia de nuestros límites y también la de los límites de la parte de realidad que vemos como objeto y el deseo o la necesidad de superarlos, muchas veces acicateado por el dolor.
Es un hueco porque nos hace quedarnos frustrados y a la vez ansiosos de lo que quisiéramos que fuera posible. En la vida corriente, hay veces que se nos colma: en el amor sexual, en la música... Por momentos, sentimos la perfección, pero suele ser pasajera.
Por tanto, el hueco o vacío o dolor que hay en nosotros es el de la imperfección. Y ansiamos la perfección y no nos conformamos con menos que la perfección absoluta, sin defectos. Esto hace que el hueco de la imperfección se pueda llamar también con ansiedad hueco de la perfección y la necesidad que sentimos de ella es el amor.
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