Filosofía mística - Kim Pérez

martes, marzo 20, 2007

Un transmarxismo deliberadamente utópico





Difícilmente he conseguido una preparación en Historia, Materialismo Dialéctico y Teología. Es en estos terrenos en los que tengo que trabajar si quiero hacer lo más que pueda durante los últimos tiempos de mi vida. Me pongo a ello. Tengo que darle prioridad sobre otras preocupaciones menos especializadas, porque sé algo de determinadas funciones fundamentales de la existencia humana y debo conseguir un rendimiento social de lo que sé.

Tengo muy arraigado el esquema estructural de la historia, infraestructuras tecnoeconómicas que crean superestructuras culturales y políticas, en cuatro o cinco grandes ciclos, hasta ahora.

Sólo que hay formas de la vida humana que no dependen de las infraestructuras variables, sino de la organización y la economía del propio pensamiento, como son la necesidad de sentido, de mejora tendente a infinito y de unidad, que son transestructurales, aunque las infraestructuras les presten las formas con que en cada momento aparecen en la conciencia.

En esto se reúne todo lo que he aprendido, del marxismo y del no-marxismo.

Realizo una periodización de la historia que se funda en el cómo y el para qué del trabajo, por lo que cuento las Edades recolectora, cooperadora, productora de excedentes primarios, maquinista e informática.

La inventiva aplicada a la lógica del trabajo y a la administración de los recursos produce el paso de una Edad a otra, mediante cambios infraestructurales que van produciendo un despliegue superestructural.

Aunque el finalismo del trabajo señala la atracción de las constantes transestructurales, operando en las mentes. La Razón se descubre como economía y administración de los recursos para llegar a fines predeterminados.

En cada Edad del trabajo puede haber varios modos de producción, identificables por quien controle los medios de producción, como, en la Edad productora de excedentes primarios, el modo regio, el señorial o el de los propietarios o, en la Edad maquinista, el empresarial o el estatal.

Pero aunque el paso de uno a otro puede hacerse a veces por revoluciones violentas, éstas no son progresivas de por sí, porque las condiciones generales de vida del nuevo modo pueden ser peores que las del antiguo, como se vio con la aparición del esclavismo en la Edad productora de excedentes primarios. Por tanto, es verdad que la cantidad total de los bienes producidos tiende a crecer, por las constantes transestructurales como fin y por la lógica del trabajo como medio, aunque el crecimiento general puede registrar altibajos, pero las condiciones de vida de las clases sometidas no están determinadas por la misma constante de mejora, por lo que las revoluciones pueden mejorarlas o empeorarlas y no tienen un valor moral de por sí, porque pueden suponer sólo el paso de unos dueños a otros.

La unidad finalista de las constantes de sentido y mejora (tendente a infinito) ha sido llamada Dios, Iluminación o Utopía. No es sólo causa final, pues al encontrarnos configurados de hecho con arreglo a estas constantes transestructurales, puede pensarse que estamos participados de esa unidad por el hecho de existir.

miércoles, marzo 07, 2007

En el fondo de mí

Lo que hay en el fondo del hombre es bueno, porque es Dios.

El hombre es una superestructura hueca en torno a ese fondo, a la que zarandean todos los sucesos.

Por eso, cuando me despierto y el sueño ha hecho su trabajo, durante unos segundos gozo de la paz.

No deseo nada de lo de fuera porque sé que la felicidad está simplemente en esa paz, dentro de mí mismo.

La distensión que se encuentra en la introversión es lo que acerca a Dios.