Filosofía mística - Kim Pérez

miércoles, enero 31, 2007

Filosofía, ciencia, arte y religión




Recordaré que cada ser humano tiene dos formas de conocimiento: la razón y la intuición.

La razón consigue una forma de conocimiento gradual y objetiva. Es un esfuerzo en el que el sujeto tiene una función activa y puede cansarse. El proceso del razonamiento y sus resultados se pueden comunicar totalmente porque el oyente puede reconstruir por sí mismo todo el proceso razonador.

La intuición o sentimiento es una forma de conocimiento subjetiva. No requiere ningún esfuerzo, sino que llega sola y ya formada, a un sujeto que tiene una función pasiva. Su contenido no se puede comunicar directamente, sólo aludir a él, esperando que la alusión suscite en el oyente sentimientos análogos, que pueden también no producirse.

El razonamiento es extremadamente útil; en él se funda la ciencia y su aplicación técnica.

La intuición o sentimiento no sirve para nada, pero no podríamos pasar sin él. Es el fundamento del amor y del arte.

La Ciencia es el resultado de la razón en proceso.

El Arte es la comunicación de las intuiciones.

La Filosofía pretende ser un conocimiento universal. Por tanto, tiene que integrar la razón y la intuición.

Si la Filosofía se definiera sólo por la razón, tocaría sólo una parte de la realidad, la accesible a la razón y descendería un escalón en su estatuto, convirtiéndose todo lo más en una ciencia de la ciencia.

Por tanto, la Filosofía debe asumir como datos también las formas de la intuición. La verdad intuitiva puede convertirse en el centro de la vida personal frente a una razón periférica.

Por otra parte, las verdades intuitivas son tan personales e incomunicables que sólo son accesibles en su plenitud a quien las siente, lo que justifica su función de centro de la vida personal, sin que se puedan comunicar a otras personas más que como propuestas que esperan obtener una respuesta análoga, pero que resulta imposible comprobar si es idéntica o no.

La Religión es una de las formas de la intuición y todo lo que se sabe sobre el Arte es aplicable a la Religión. La Religión es también una comunicación de sentimientos o intuiciones, en un grado más determinado que el Arte. El profeta es esencialmente un artista.

El religioso experimenta sentimientos de sacralidad, de pureza o intuye la realidad del espacio interior, con sus exigencias y sus derechos. Por eso, la verdad religiosa puede convertirse en el centro de la vida personal, quedando la razón limitada a as funciones periféricas.

Esta concepción de las funciones de la intuición y la razón, por integrarlas, es una visión filosófica.

Pero hay una función filosófica que es la crítica, que incluso puede definirla, que es aplicable a todas las formas del conocimiento humano. Se entiende por crítica el discernimiento o separación entre la verdad y el error, la bondad y la maldad, lo formal y lo informe. Puede y debe someterse a crítica verdad de la Ciencia, que es incluso una forma del conocimiento que la requiere por definición, y pueden y deben someterse a crítica, no en sí, sino en sus relaciones con otras verdades, el Arte y la Religión.

sábado, enero 13, 2007

Filosofía de la Unión

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Por Kim Pérez


(Realizando una continua revisión de este texto, he cambiado el título de “Filosofía del Uno”,por lo que en la gramática árabe se llamaría un “nombre de acción”, que me parece mucho más exacto y tenso y explicita por qué lo Uno, entendido como la Unión, es en un sentido muy dialéctico el Amor.

He añadido también un capítulo, con el título de “Ética de la Unión”. La ética, el paso a la práctica, es la prueba de fuego de cualquier filosofía (El criterio de la práctica significa el paso de la hipótesis a la tesis)

La naturaleza de los blogs, que se actualizan continuamente, como la radio o la televisión, hace conveniente reponer los textos que se consideren significativos, con cierta frecuencia, para que sea fácil encontrarlos.

De este artículo, publiqué la primera versión, con el título de “Crítica de la crítica”, en el blog “Politically Incorrect”, el 4 de junio de 2005 y en el blog “Filosofía del Uno”, ya con ese mismo título, el 27 de agosto de 2006; está registrada para Copyright en 2006; puede hacerse uso de ella, en todo o en parte, mencionando el nombre de la autora)



Actualizado el 13 de enero de 2007



NOTA PERSONAL. Con siete años, como lema para mi Primera Comunión, elegí por mí mismo una jaculatoria que decía: “Que yo esté en Vos, Señor, y Vos en mí”.

Años después, con nueve o diez, jugando en el suelo con una tartana de lata con su mulo, me di cuenta de que ansiaba un juguete que fuera Uno y que valiera por todo, un centro del pensamiento en el que pudiera reposar mi pensamiento, para que no tuvieran que dispersarse mi atención ni mis sentimientos.


PRESUPUESTO METODOLÓGICO


Es posible reconocer que ciertas dimensiones del pensamiento entendido como “lo que se piensa”, proceden de la realidad del pensamiento mismo, entendido como “lo que piensa”, que resulta ser una parte de la realidad destinada a la contemplación y entendimiento de la realidad.


Definiré la palabra realidad, en el sentido en que la uso en este texto, antes de seguir: Por realidad quiero decir todo lo que somos y nos envuelve y más agudamente, realidad es tanto lo que nos constituye como sujeto del pensamiento como lo que percibimos como objeto del pensamiento.

Frecuentemente, pensamiento y realidad se han contrapuesto como sujeto y objeto, hasta el punto de examinar las propiedades del pensamiento por un lado y las de la realidad por otro; pero si el pensamiento es una parte de la realidad, algunas de sus propiedades deben remitir a las de la realidad, en general.

No es decir que la realidad sea pensamiento, según la formulación idealista; es decir, más sencillamente, que, si el pensamiento es parte de la realidad, ciertas formas con las que empezamos a pensar deben ser consecuencia o corresponder a las estructuras de la realidad.

Sin embargo, no somos conscientes de todas las inferencias que tendría la posibilidad de que correspondan, tan fuertes como la necesidad del aire que respiramos.


EL SENTIDO


Creo que hay por lo menos dos supuestos o postulados del pensamiento que pueden conmovernos si consideramos que traducen la realidad:

El primero es que pensamos porque suponemos que pensar tiene sentido; de aquí se infiere que suponemos que la realidad sobre la que pensamos tiene sentido o que no es un conjunto caótico.

El postulado del sentido está vinculado a lo que se puede llamar la economía del pensamiento. El pensamiento es un trabajo que se realiza, lo diré con humor involuntario, con medios escasos; requiere un esfuerzo y para realizarlo se tiene que postular que ese esfuerzo tenga sentido, es decir que conduzca a algo que no se tenía al principio y que se tiene después: un conocimiento.

Como hecho de la economía del pensamiento (optimizadora del rendimiento de los medios limitados de que disponemos), ponerse a pensar, realizar el considerable esfuerzo de pensar, postula que este trabajo tenga sentido, porque si no lo tuviere, no valdría la pena realizar ese esfuerzo.

Pero para que el pensamiento tenga sentido, debe postularse también que la realidad lo tenga, aunque sea en otra acepción de la palabra, que se concretaría en que esta realidad, a menudo dolorosa, conduzca a un estado que tenga sentido lógico para el pensamiento, lo que sólo puede ser ir de un menos a un más.

Pero todavía más fuertemente, si nuestro pensamiento, convertido en acción consciente, trabaja por acomodar la realidad a nuestra voluntad, es porque presuponemos que hay esa posibilidad y por tanto que la realidad tiene ese sentido, más allá de sus dificultades, peligros, dolores y contradicciones.


LA UNIÓN

El segundo postulado del pensamiento está en la unidad del objeto del pensamiento, la realidad. Al pensar se presupone que todo lo que observamos está unido, coherente, que no está sujeto al caos de la dispersión, porque si lo estuviera, también nuestro pensamiento se quedaría roto, disperso, sin posibilidades de unificación, incoherente.

Si nuestro pensamiento no fuera unificado, sería incoherente; estaría compuesto por fragmentos dispersos, menores o mayores, pero más o menos inconciliables. No podríamos hablar: nuestras expresiones estarían rotas, serían absurdas. Es decir, en pocas palabras: no existiría el pensamiento ni la expresión.

Pero la unidad del pensamiento corresponde a la unidad de la realidad. Si nuestro pensamiento es coherente, si nos permite avanzar en el conocimiento de la realidad, es por que ésta es coherente, está unida, y el pensamiento que forma parte de de ella, como la función que consiste en su conocimiento, es también coherente y unida.

Si no lo fuera, el pensamiento tendría que dispersarse en mil direcciones y sus hilos quedarían incomunicados e incomunicables para el mismo sujeto que los piensa, que así se vería amenazado por una especie de esquizofrenia, que es precisamente lo que más podemos temer como sujetos del pensamiento, el extravío, la incoherencia, la aparición ante nuestros ojos de un mundo discordante e incomprensible.

Pero como la realidad es una, ¿hay manera de ver su unidad de manera que sea posible reposar en ella de la diversidad agotadora y de la dispersión?

Si la realidad fuera una, pero no pudiéramos verla unida, estaríamos obligados a que continuamente aparecieran ante nuestra atención objetos particulares diversos, ninguno de los cuales merecería que le entregásemos por siempre nuestra mirada, por simple cansancio de él o por el temor de que nos estuviésemos perdiendo algo presente en otro objeto.

La visión de la unidad, de ser posible, será la única en que tal objeto, siendo uno solo, lo es todo, vale por todo o todo se puede ver en él mirándolo a él.

De hecho, presuponemos por lógica que la realidad es coherente y debe formar una unidad más allá de la pluralidad de las realidades que nos parecen fragmentarias o contradictorias, porque continuamente nos esforzamos en elaborar síntesis parciales o uniones de lo que observamos, y a medida que las elaboramos vamos teniendo la sensación de que vamos entendiendo la multiplicidad de la realidad. Avanzamos en nuestro pensamiento cuando elaboramos síntesis de síntesis, lo que significa que presuponemos que toda la realidad es una.

Porque la unidad de la realidad requiere que en este gran vórtice unificador se vaya absorbiendo todo. No serán sólo las teorías físicas las que se verán un día unificadas; el hambre de unidad propia del pensamiento no descansará hasta que vea la unidad de toda la realidad: la de la razón y la de la intuición, la de lo subjetivo y la de lo objetivo… todo lo que hoy aparece escindido como por tabiques infranqueables, algún día dejará ver su unidad secreta.

Insistiré en que no podemos pensar, sin que nuestro pensamiento esté unificado, como sujeto que somos, y sin presuponer la unidad de lo que pensamos, como objeto que pensamos. Son dos aspectos distintos de la misma realidad.

Por tanto este método mío consiste en observar lo que el pensamiento nos dice de la realidad sobre la que actúa; no quiero referirme a lo que los pensamientos nos dicen de sus objetos, sino a que el hecho de pensar, que es una parte de la realidad, nos informa sobre el conjunto de la realidad.

Lo que la existencia del pensamiento dice de toda la realidad es que tiene su sentido en que es una. Si llamamos Dios a la unidad de la realidad que le da sentido, resulta que el nombre de Dios representa la cualidad más irrefutable de la realidad, que ha de tener sentido y ser una para poder ser pensada.

LA PRUEBA DE LA VERDAD

Todo lo dicho se fundamenta en la hipótesis de una correlación entre el pensamiento y la realidad o más bien entre las propiedades del pensamiento y las de la realidad.
¿Pero es posible comprobar tal hipótesis de la correlación?

Cuando ya no miramos las propiedades, sino en general el hecho de pensar por un lado y el resto de la realidad por otro, a la correlación entre uno y otra la llamamos verdad.

Pero, seguimos sin demostrar la hipótesis: ¿existe tal correlación profunda, existe la verdad?

Volvamos a las propiedades: el pensamiento tiene la propiedad de necesitar la verdad, incluso para sobrevivir; literalmente, un error puede ser mortal. Al decir esto, damos un salto de la teoría a la práctica, que es la prueba que buscábamos.

Por tanto, la realidad como conjunto que incluye el pensamiento, debe tener la propiedad de que esta correlación exista, de que existe la verdad.

El salto de la teoría a la práctica elimina cualquier sospecha de tautología en este sistema pensamiento-conjunto de la realidad, propiedades del pensamiento (necesidad de la verdad) – propiedades del conjunto de la realidad (existencia de la verdad)

Por tanto, estamos comprobando que los postulados de sentido y de unidad son verdad.

El criterio de la práctica da un sentido a la historia humana, considerada como un relato colectivo que supera las historias personales: que consista en la mejora de nuestras condiciones de vida o, lo que es lo mismo, pero considerado con mayor profundidad, que nos permita superar nuestros límites materiales, que nos aherrojan: el hambre, la enfermedad, la vejez, la muerte.

Está claro que esto tendría sentido, porque lo contrario sería un sinsentido; nuestra voluntad no puede permitir que la historia conduzca a un empeoramiento de las condiciones de vida o a un reforzamiento de los límites, y por tanto su sentido se halla predeterminado, aunque se pueda caer en el sinsentido.

ÉTICA DE LA UNIÓN

La lógica pide que de la unidad de toda la realidad proceda todo lo que se constituye en los sistemas vida y muerte o placer y dolor. Por la otra parte, también la lógica requiere que toda existencia diferenciada y aun contradictoria vaya a subsumirse en la unidad de toda la realidad.

La unidad de la realidad estará, entonces, por encima del bien y del mal, que son relatividades propias de la existencia humana, uno de los elementos diferenciados de la realidad.

Me parece que llamamos bien a lo que favorece nuestra existencia humana o personal, y mal a lo que la daña. Por tanto, nos constituimos en centro de la valoración.

Pero, aparte de sus efectos sobre nosotros, todo es bueno en otro sentido, el de que todo viene de la unidad y vuelve a la unidad, por muchos estragos que nos haga a su paso.

Si todo es bueno, la contraposición lingüística de lo bueno frente a lo malo, no se puede aplicar al conjunto de la realidad.

La unidad de la realidad tiene por tanto un aspecto infernal o demoníaco frente a otro paradisíaco y arcangélico; pero son las dos líneas del espectro en que se divide la una y misma realidad al pasar por el prisma de nuestro juicio.

Este pensamiento cabe en la mente humana; pero nuestros actos están sometidos a la relatividad de lo que nos favorece o nos daña y en este sentido son morales; podemos sumirnos en el aspecto infernal de la realidad, podemos sin duda, como los hechos lo demuestran cada día, o en su aspecto paradisíaco.

Si elegimos lo primero, nos exponemos a todas las crueldades, odios y terrores que constituyen ese lado de la realidad; en él, tiene sentido el temor de Dios, de la fuerza devoradora y dañina de la realidad. Pero también se puede sentir con más ansia el deseo de la liberación, la entrada en el paraíso.

Lo que nos daña se convierte entonces en lo que nos favorece, y esto a la vez en lo que nos daña, en un sistema bipolar en el que tenemos que agarrarnos simultáneamente a ambos lados para avanzar independientemente de ellos hacia la conciencia de la unidad, que será nuestra gloria, lo que esté más allá del gozo y del dolor, o de nuestro bien y nuestro mal.

El bien y el mal no son entonces realidades definidas y radicalmente contrapuestas, como se piensa en nuestra tradición religiosa y cultural, con remembranzas dualistas, que acaban equiparando a Dios con Satán, como principios opuestos. Si se llama Dios a lo que da unidad a la realidad, su exclusividad resulta tan patente como su inclusividad, y lo demoníaco se ve como una más de las relatividades del ámbito de las realidades diferenciadas.

La ética se ve entonces no como una opción entre dos posibilidades separadas por un abismo de diferencia y vacío entre ellas, sino que se trata de estudiar una y otra, para encontrar la virtud en el justo medio, según la noción clásica.

Por tanto, en el caso más extremo, no se trata de elegir entre la concentración en la unidad o la dispersión en lo relativo, sino de encontrar en la práctica la manera de vivir que permita alternar la concentración y la dispersión.

No se trata tampoco de elegir entre el amor y el odio, sino de aprender el apego a lo deseable y la separación de lo indeseable, sin dejar de ver la profunda unidad entre lo uno y lo otro.

La imagen de que todo viene de esa unidad y vuelve a ella, es nada más que la aprehensión temporal o en movimiento de lo que debe ser un presente eterno, pero estructurado con arreglo a ese código temporal (lo mismo que una novela puede estar ordenada temporalmente como relato, pero al cerrarla, se hace evidente que todos sus capítulos están físicamente presentes)

Si es posible para la conciencia humana acceder a la contemplación de la Unión de toda la realidad, éste se convierte en su propósito máximo, el primero y supremo destino del ezos, procedo o recorrido de una vida humana.

También, en medio de las angustias, nos aferramos a lo que da sentido a toda la realidad, mediante la invocación mínima que consiste en decir "¡Dios mío!", y también ésta es una realidad empírica.


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jueves, enero 04, 2007

Ésta es la Realidad

Es posible que la unión esté en la intuición de la realidad, a la que se llega mediante el pensamiento de "yo, aquí, ahora", cuyas tres percepciones, las de interior, espacio y tiempo, forman desde el principio una experiencia unificada.

Se forma así un punto de convergencia de cada una de esas tres dimensiones, que abarcan toda la realidad.

El valor de estas percepciones está avalado por la escuela védica. También puede relacionarse con la intuición de la realidad de la que habló el neoescolástico Jacques Maritain.

Las experiencias de yo, aquí y ahora, pueden ser ilimitadamente gratas o espantosas, cuando se sitúan en el presente de un tormento. En este caso, puede ser que permita el acceso a nuevos planos del aquí y ahora inaccesibles a los sentidos y muy superiores a ellos.

También es posible que la experiencia del yo, a la vez que sigue siendo la misma, supere los condicionamientos personales y se le haga palpable su posible condición de interior del exterior.

Puede ser que la vida encuentre su sentido en esta percepción profunda y completa de la realidad, en la que yo perciba todas sus dimensiones.