Descubrimiento de la subjetividad
Voy a hablar de esto: la subjetividad no se desarrolla sola; se descubre de pronto. O no se descubre.
Y mientras no la descubrimos, estamos atrapados en una visión objetiva de nosotros mismos, en la que nos vemos por fuera, como vemos todas las otras realidades, lo que nos hace política o religiosamente muy manipulables, porque no disponemos de la conciencia de nuestro espacio interior, nuestra realidad más verdadera.
Hay un hecho empírico y también asombroso, que es que sentirnos sujeto o ver nuestro espacio interior, no viene dado, no evolucionamos de manera preestablecida hacia ello, sino que hay que descubrirlo. O no se descubre.
No aprenderlo, puesto que no lo aprendemos de nadie, nadie sabe explicar cosas tan sutiles, normalmente, sino que lo vemos de pronto por nosotros mismos. O no lo vemos.
Puede ocurrir hacia los siete o los diez años. Es ver que yo soy yo, lo que se traduce de la siguiente manera: veo que yo estoy aquí, dentro de mi cuerpo.
Es un clic, una visión instantánea, como todas las intuiciones, tanto, que puede dejarnos parados por un momento, conmocionados.
Pero se da o no se da. Cuando no se ha dado, la persona permanece atrapada en la objetividad, viéndose a sí misma desde afuera, como ve todas las otras realidades.
Puede ver su conciencia de clase o su identidad nacional o su grupo de edad o su realidad profesional o su identidad de género y se cree ser sólo eso, sin tomar conciencia de que ella es quien ve, y de que puede verse por dentro a la vez que por fuera.
Las visiones objetivas no son erróneas, pero son incompletas. Les falta la singularidad que deriva de que yo soy yo y sólo yo soy yo.
Hay por tanto personas que han dado el paso de ver su objetividad a partir de su subjetividad y personas que no han dado ese paso y sólo se ven objetivamente. Éstas son más manipulables que las otras porque no han llegado a la comprensión de su realidad interior y de la fuerza que deriva de ella.
Puedo hablar empíricamente de esto por mi profesión en la enseñanza, en la que éste ha sido mi tema central.
Con alumnos entre catorce y diecisiete o dieciocho años, pude comprobar que algunos habían tenido, incluso desde muchos años atrás, el descubrimiento súbito de que “yo soy yo” y otros me decían que no.
También había alumnos conscientes con naturalidad de su espacio interior y otros a los que les costaba trabajo reconocerlo. Tuve que recurrir a ejercicios mentales sencillos como “estás en la cama, de noche, a oscuras y en silencio, despierto… todo lo que ves, son tus pensamientos, es tu espacio interior”, y entonces me decían que sí, que eso lo sabían. Pero quizás les faltaba la conciencia de ello, la capacidad de darle un nombre: yo.
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