Gritos silenciosos
En la desesperación de la noche, cuando la angustia llega con lo negro, se sabe que sólo podemos llamar a Dios.
Contamos con que Dios exista para nosotros o necesitamos que exista y que nos oiga.
En la guerra, los italianos heridos y febriles llamaban: “mamma mia, mamma mia!”
No hay ninguna garantía de que este clamor fuera escuchado y si fue alguna vez misteriosamente oído, tampoco la hay de que la pobre madre pudiera calmar tanto sufrimiento.
Pero pongo este ejemplo a título negativo: porque no hay ningún humano que pueda colmar la angustia humana cuando se profundiza. Cualquier humanismo es ilusorio.
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