Filosofía mística - Kim Pérez

domingo, octubre 29, 2006

Amor al amor



O sea, que la realidad entera tiene sentido y que ese sentido para nosotros, astutos y a la vez torpes humanos, consiste en comprender lo que le da su unidad.

¿Pero qué es eso, qué la unifica, qué es lo más grande que hay que comprender?

Me salgo de la teoría y me pongo en lo personal: para mí, lo más grande es el amor. Esto es lo que le da sentido a mi vida y lo que (quizá) se lo dé a todo.

Por tanto, amor al amor, una especie de sustancia primordial, la más bella de todas.

Pero en cuanto se habla de amor al amor, ¿qué se ama?

Por mi lado, amo las realidades más concretas, la luz de la tarde, una merienda con los amigos, un rostro, una necesidad de ese rostro...

Todo esto es lo que me hace sentir que amo, lo que debilita mis corvas de placer y alegría y me traspasa como si fuera música y sexo.

Eso es el amor, como si fuera una sustancia, pero en realidad un movimiento inasible, la realidad hecha movimiento y pasión, sólo movimiento y sólo pasión, sin necesidad de que haya nadie que mueva y se apasione.

Eso es lo que amo, eso que está en mis sentimientos, firme y escapándose a cada momento, como los recuerdos.

No un dios que existiera como objeto, que ya sabemos muy bien que no es como existe, sino como sujeto, dentro de mí mismo, materializándose en mi amor por las realidades que amo.

martes, octubre 24, 2006

Lo uno es grande

Cuando hablo del uno hablo de lo divino, pero no quiero decir la palabra dios porque quiero evitar malentendidos.

Hay en nuestra cultura un error que viene nada menos que de Platón, cuando consideró que la Idea del Bien era la cima de la realidad.

En ese error insistió Jesucristo, tan digno de amor por su capacidad de hacer cara al dolor, pero que se equivocó al definir a su dios como bueno, como padre, aunque su vida y muerte fueron de hecho las manifestaciones de un padre implacable.

Desde entonces, la mayor parte de los cristianos, herederos a la vez de Platón y de Jesucristo, no pueden entender lo divino, porque si todo viene de Él, de él viene el bien “Y" el mal. Y por eso muchos cristianos, en cuanto les sucede una desgracia, suelen decir “ya no puedo creer en Dios”.

Si nuestro pensamiento necesita lo uno, entonces lo uno tiene que unir lo bueno “Y” lo malo, lo bello “Y” lo feo, la noche “Y” el día.

Tiene que estar más allá del bien “Y” del mal, que son relatividades, que al ser dos tenemos que juntarlos.

Por eso, mejor describen a dios las religiones que lo describen como exterminador, o como ansioso de venganza o que lo pintan como un verdadero demonio, o como amante de la guerra... y la paz.

Porque del uno viene también la calma, la dulzura de la risa, la alegría de los sentidos, el placer del sol, la ternura…

Entonces adquiere una inmensa profundidad y una capacidad de consuelo inagotable la jaculatoria sufí –islámica- que dice que todo viene de Él y todo vuelve a Él.

Todo; la vida “Y” la muerte; las alegrías “Y” los horrores. Todo adquiere su sentido por Él, la causa y el fin, del que no se puede decir que sea bueno ni malo, ángel ni demonio, sino lo indecible, lo indescriptible, lo inimaginable.

lunes, octubre 16, 2006

Se puede vivir sin Dios

Claro que se puede vivir sin Dios. La prueba irrefutable es que millones de personas viven sin Dios, entregadas a buscar las alegrías corrientes o extraordinarias, todas las distracciones que les interesen, todo lo que pueda ofrecer de bueno cada día y a eludir como se pueda sus amenazas.

Pueden decir que bastante ocupación hay con eso, como para añadir una preocupación más, y además indemostrable.

Al llegar a su último día, estas personas, como todas, seguramente harán un balance. A lo mejor recuerdan un amor o un trabajo que les ha dado el sentido de su vida o a lo mejor están muy cansadas y se alegran de descansar e irse, aunque no sepan hacia dónde, pero hacia cualquier sitio que sea mejor que éste.

Yo me he cansado de querer pensar en Dios como podría pensar en los aspectos reales, materiales, tangibles de mi existencia. Me distraigo al querer hablar con Dios como si fuera otra persona, fuera de mí. Es natural, ¿cómo se puede hablar por teléfono sin saber si tu nterlocutor sigue ahí o si simplemente hay alguien al otro lado?

La palabra Dios es una duda, en ese sentido, ¿y cómo se puede hablar con una duda como quien habla con un amigo con un jersey colorado y el pelo negro que sin duda está esta tarde conmigo?

¿Cómo se puede echar de menos a esa duda como se puede echar de menos a ese amigo y las dulces tardes reales pasadas en su compañía?

Pero si el concepto de Dios va acompañado siempre por la notación de duda, hay algo en lo que no encuentro duda, que es lo que le da sentido y unidad a mi vida: mi conciencia, tal como es.

Lo infinito se me abre, sólo se me abre fugazmente, en ella, simplemente en la música. Puedo hablar de los momentos en que mientras oía una música determinada y precisa, de pronto me he dicho: “Me puedo morir ahora mismo”.

También se me abre en la poesía. ¡Ay, los poemas de amor homosexual de Kavafis! ¡Qué bellamente están dichos, para siempre!

Y también se me abre en mi propia noción del amor que he esperado, tan perfecto, tan dulce, tan alegre, tan juvenil. He querido que mi amor llegara como entre los árboles, entre los sotos o los bosques.

Todo perfecto. Un minuto o una eternidad.

Pero mi conciencia también ansía saber la verdad. Toda la verdad y todo sobre todo. La curiosidad es más infinita que nuestros límites.

Y ama la pureza, el recuerdo casi perdido de cuando yo pensaba como un niño y tenía un sentido recto y sencillo de la realidad.

Sé que hay un momento en que, como si se cruzara un umbral, o se pulsara un interruptor, se entra en un estado transformado de conciencia, en el que se ve con nitidez todo ello. La propia conciencia se ve existiendo en lo infinito, la belleza, la verdad, el amor, la pureza.

Estos estados se nos acercan fugazmente, a cualquiera de nosotros. A mí se me han acercado al sol suave del invierno, sentado bajo la protección de una solana, o en una alberca del verano, cuando había una chispa de sol en cada relieve del agua, y el calor y la alegría cantaban todo a mi alrededor, mientras yo sabía que estaba cerca la persona a la que más quiero.

Hay quienes pueden llegar mucho más lejos y entonces la conciencia resplandece dentro de ellos, hasta el punto de que dejan de ser ellos mismos, limitados, y puede ser que incluso sus rodillas se levanten del suelo arrastradas por la perfección de esta percepción.


Todo eso es Dios, dentro de nosotros y luego, dentro y fuera, y eso es lo que quiero encontrar y lo que me empeño en encontrar cada vez que oigo música, o leo una novela de amor gay, o veo una de la películas que me arrebatan, o me entrego a la dulzura del aire ibre y el sol, esperando lo infinito. Quien no viva sabiendo que hay eso, no sabe lo que se pierde.

domingo, octubre 08, 2006

Descubrimiento de la subjetividad


Voy a hablar de esto: la subjetividad no se desarrolla sola; se descubre de pronto. O no se descubre.

Y mientras no la descubrimos, estamos atrapados en una visión objetiva de nosotros mismos, en la que nos vemos por fuera, como vemos todas las otras realidades, lo que nos hace política o religiosamente muy manipulables, porque no disponemos de la conciencia de nuestro espacio interior, nuestra realidad más verdadera.

Hay un hecho empírico y también asombroso, que es que sentirnos sujeto o ver nuestro espacio interior, no viene dado, no evolucionamos de manera preestablecida hacia ello, sino que hay que descubrirlo. O no se descubre.

No aprenderlo, puesto que no lo aprendemos de nadie, nadie sabe explicar cosas tan sutiles, normalmente, sino que lo vemos de pronto por nosotros mismos. O no lo vemos.

Puede ocurrir hacia los siete o los diez años. Es ver que yo soy yo, lo que se traduce de la siguiente manera: veo que yo estoy aquí, dentro de mi cuerpo.

Es un clic, una visión instantánea, como todas las intuiciones, tanto, que puede dejarnos parados por un momento, conmocionados.

Pero se da o no se da. Cuando no se ha dado, la persona permanece atrapada en la objetividad, viéndose a sí misma desde afuera, como ve todas las otras realidades.

Puede ver su conciencia de clase o su identidad nacional o su grupo de edad o su realidad profesional o su identidad de género y se cree ser sólo eso, sin tomar conciencia de que ella es quien ve, y de que puede verse por dentro a la vez que por fuera.

Las visiones objetivas no son erróneas, pero son incompletas. Les falta la singularidad que deriva de que yo soy yo y sólo yo soy yo.

Hay por tanto personas que han dado el paso de ver su objetividad a partir de su subjetividad y personas que no han dado ese paso y sólo se ven objetivamente. Éstas son más manipulables que las otras porque no han llegado a la comprensión de su realidad interior y de la fuerza que deriva de ella.

Puedo hablar empíricamente de esto por mi profesión en la enseñanza, en la que éste ha sido mi tema central.

Con alumnos entre catorce y diecisiete o dieciocho años, pude comprobar que algunos habían tenido, incluso desde muchos años atrás, el descubrimiento súbito de que “yo soy yo” y otros me decían que no.

También había alumnos conscientes con naturalidad de su espacio interior y otros a los que les costaba trabajo reconocerlo. Tuve que recurrir a ejercicios mentales sencillos como “estás en la cama, de noche, a oscuras y en silencio, despierto… todo lo que ves, son tus pensamientos, es tu espacio interior”, y entonces me decían que sí, que eso lo sabían. Pero quizás les faltaba la conciencia de ello, la capacidad de darle un nombre: yo.

sábado, octubre 07, 2006

La subjetividad

Hasta ahora he hablado de la necesidad de que toda la realidad, todo el mundo, tenga sentido y tenga unidad, puesto que mi pensamiento requiere el sentido y requiere la unidad.

¿Pero cuál es esa unidad de toda la realidad, en qué puede consistir para que sea evidente de toda evidencia?

Hay una evidencia en el hecho de que todo lo que pienso se unifica en mi conciencia, porque aparece dentro de ella; hay por eso una unidad subjetiva indiscutible.

Esta realidad tiene otra dimensión: la concepción de que lo que lo unifica todo es lo divino puede aceptar que Dios no es un objeto como otro cualquiera, porque eso lo degradaría, sino que existe en el sujeto que piensa, en mí encuentra su lugar.

Esto también es indiscutible: Dios no se hallará nunca entre lo objetivo, se ve o no se ve en lo subjetivo.

Hay un problema en que nuestra subjetividad aparece limitada. Nuestro cuerpo la ha formado, ella no ha formado nuestro cuerpo, del que ni siquiera sabe cómo funciona.

Pero algunas experiencias, las místicas, o las estéticas, o las pasionalmente amantes, no algunas teorías, prueban que nuestra subjetividad se abre a lo infinito, lo que es indiscutible para quien subjetivamente lo ha vivido.

Después de la subjetividad en estado de conciencia normal hay un umbral y de él se pasa repentina e involuntariamente a otro estado de conciencia, que a veces viene acompañado de un coro de fenómenos paranormales que confirman la objetividad de este hecho subjetivo. Allí se encuentra entonces lo que lo unifica todo, pasado, presente y futuro, interno y externo, mío, tuyo y suyo.

miércoles, octubre 04, 2006

Ética y política de lo subjetivo

En sí, esta filosofía, al fundarse en la experiencia del propio pensamiento, es subjetivista, con lo que quiero decir que ve la realidad a partir de un sujeto que se convierte en la primera evidencia, la realidad de mí que pienso, siendo derivada la realidad objetiva, lo que pienso.

En esto, se diferencia de cualquier filosofía objetivista que afirme la realidad en general pero secundarice o incluso niegue al sujeto, en su especificidad y primacía respecto de lo que le es objeto.

La dualidad sujeto/objeto se construye en efecto a partir del descubrimiento o conciencia de sí como sujeto; mientras no se produce, no tiene sentido, la realidad es sólo lo que hay o se ve.

Incluso el idealismo es objetivista; la primera filosofía subjetiva es el cartesianismo, pero no toma conciencia de la especificidad del sujeto, de su intimidad, su interioridad, su intuición de sí, que lo diferencia de todo lo que ve como objeto externo, cuya interioridad le es a su vez inaccesible.

La práctica en sí de esta filosofía tiene un valor ético y político. Como filosofía que parte de la propia experiencia y razona crítica y libremente, se opone a cualquier dogmatismo o imposición que niegue la dialéctica o diálogo y discusión permanente con otros y consigo mismo; como subjetivista, niega y es negada por cualquier otra filosofía que sea sólo objetivista, lo que sólo se puede deber a la falta de conciencia de la fuerza de la realidad del sujeto.

La condición de pensamiento filosófico hace por tanto que esta posición se oponga a cualquier otra que sea acrítica y a la moral de la imposición; y su condición subjetivista la hace oponerse a cualquier ética sólo objetivista, que ignore la dignidad y la primacía del sujeto.

El requerimiento del sentido y la unidad de todo lo real viene de la experiencia del sujeto. Políticamente se configura así una actitud liberal, que se diferencia del liberalismo sólo economicista en que intuye el sentido y la unidad de todo lo que existe y se mueve para comprenderla y actuar en función de ella.

domingo, octubre 01, 2006

Confirmaciones

A lo largo de su historia, la filosofía ha aprendido a no fiarse mucho de la especulación, el pensamiento libre no sometido a pruebas ni experiencias.

Por eso, el valor de esta filosofía mía está en que parte de la experiencia de cómo funciona mi pensamiento, para deducir de ella algunos rasgos fundamentales de la realidad en general, porque el pensamiento forma parte de ella.

Por eso esta filosofía me conmueve porque la siento como una expresión personal, una forma de poesía. Es la primera vez que siento esto al teorizar.

También sé que su debilidad está en que de todas formas, doy un salto deductivo o especulativo del pensamiento a la realidad general, que requeriría una prueba o experiencia sobrenatural para confirmar lo que digo.

Los pies se levantarían del suelo por su evidencia.

Como no me siento capaz de tanto, me conformaré con cualquier prueba parcial, difusa, pequeña, cotidiana, de que el amor es la perfección de la vida, lo que le da sentido.