Filosofía mística - Kim Pérez

domingo, noviembre 19, 2006

Soy Yo en ti



Hacer oración en 3ª persona es técnicamente difícil porque se ve a Dios como un objeto del pensamiento, y se sabe que Dios no existe como objeto, es decir, no se le puede encontrar en el mundo de las realidades observables objetivamente.

Hablar a Dios en 2ª persona, también es difícil, pues ¿cómo puedes estar seguro de dirigirte a un Tú que te oye, si no puedes comprobar su existencia? Se trata entonces de mensajes lanzados al vacío… a ver si alguien los recoge.

En cambio, es fácil hablar de Dios en 1ª persona, pensando que soy Yo, de una manera tan profunda que me parece que es Él, pero soy definitivamente Yo, más que yo. Está dentro de mí, como dentro de todo, sólo que yo soy una conciencia y por tanto puedo tomar conciencia de Mí. “¡Gloria a Mí!”, dijo al-Hallayy, y lo crucificaron sin entenderle.

¡Qué fácil, qué delicioso es comprender que Yo soy el Creador de todas las inagotables maravillas del universo, el Novelista que se inventa todas las historias, incluso la mía, la de Kim! ¡Y qué grande es mirar a cualquier humano, comprendiendo que todos somos conciencias de Mí, quién más, quién menos!

(La mujer canosa, en bata, que mira desde su balcón el tránsito por la Plaza de Fontiveros, es una novela creada por Mí, y también una conciencia de Mí)

Sumisión e insumisión




El ser humano tiene que concebirse a sí mismo en un estado de sumisión fundamental e insumisión en lo demás.

Estamos sometidos a la lógica, que manda independientemente de nuestra voluntad. De este principio fundamental, se derivan otros dos particulares:

Estamos sometidos a la verdad. No podemos hacer que lo que es verdadero sea falso ni al revés.

Estamos sometidos al bien. Tampoco podemos hacer que lo que es bueno sea malo, ni al revés. Esto es porque somos seres relativos y hay para nosotros por tanto un bien y un mal, aunque sean difíciles de identificar.

Pero nuestra lógica, nuestra verdad y nuestro bien, es que no podemos someternos más que a ellos.

No estamos sometidos a otros hombres, porque cuando obedezco a la lógica, obedezco a mí mismo, que la descubro.

Ni a las leyes de la naturaleza, que puedo descubrir y manejar, pero que debo usar conforme a lo que la lógica me diga o me vaya diciendo.

Este acatamiento a la lógica es el único verdadero islam o sumisión del hombre a lo que está por encima de él. Por esa superioridad, la lógica es divina.

El Uno está dentro de mí

El Uno debe de estar dentro de nosotros, de la subjetividad, compartida incluso con los animales, ya que no se ve en a objetividad (es el Yo grande que está más allá del yo pequeño) Puede ser que empecemos a verlo cuando vemos nuestro propio pensamiento como una creación suya, una expresión suya, en la que entra incluso nuestro aburrimiento, nuestras distracciones en estas primeras fases de la oración.

Entonces empezamos a ver nuestro pensamiento como en 3ª persona, lo que indica que estamos empezando a podernos ver en la primera persona del Yo mayor, que crea como un Novelista, dando forma incesantemente a todas las criaturas y todas las historias de las que sólo Él sabe el argumento particular y el argumento general.

Se puede y se debe prestar una atención minuciosa a todas las historias, porque en ellas, como en las novelas humanas, se ve la mente del Autor. Por tanto, conviene acostumbrarse a la atención al aquí y ahora que recomiendan algunos espirituales.

martes, noviembre 14, 2006

Gritos silenciosos



En la desesperación de la noche, cuando la angustia llega con lo negro, se sabe que sólo podemos llamar a Dios.

Contamos con que Dios exista para nosotros o necesitamos que exista y que nos oiga.

En la guerra, los italianos heridos y febriles llamaban: “mamma mia, mamma mia!”

No hay ninguna garantía de que este clamor fuera escuchado y si fue alguna vez misteriosamente oído, tampoco la hay de que la pobre madre pudiera calmar tanto sufrimiento.

Pero pongo este ejemplo a título negativo: porque no hay ningún humano que pueda colmar la angustia humana cuando se profundiza. Cualquier humanismo es ilusorio.

sábado, noviembre 04, 2006

Dios de los filósofos



Desde los criterios confesionales, se ha solido tachar al concepto de Dios al que llega la filosofía como impersonal, la Causa causarum, lo que parece no decir mucho al corazón.

Sin embargo, la religión islámica muestra, con una lógica que la filosofía puede hacer suya, que del concepto de la Causa única se derivan consecuencias que tocan directamente las cuerdas de nuestros afectos.

Si se dice, como en la confesión de fe, "y no hay dios sino Dios", se está diciendo que el centro de la atención debe ponerse en Él, y sólo en Él. Que no hay otra realidad que merezca centrar nuestro pensamiento y sólo eso es un consuelo.

Si se dice "Dios es mayor", en los momentos duros, se está diciendo que por encima de todo lo que nos parece sinsentido, está Él, dándole su sentido a todo, incluso fuera de nuestra opinión.

Si se dice, como sólo los sufíes lo dicen plenamente, que "todo viene de Dios y vuelve a Dios", se entiende que todo lo que venga, bueno o malo, viene de Él, porque Él sabe por qué, y vuelve a Él, a reintegrarse en quien es Uno.

La práctica sufí por excelencia es el recuerdo de Él, mediante la repetición incluso por miles de veces de expresiones como las que acabo de citar, una práctica asequible para cualquiera que pretenda ser espiritual, por primerizo que sea.

Pero lo islámico se convierte enseguida, desgraciadamente, en dogma y anatema. Sin embargo, es posible aprovechar de esta fe la fuerza de la convicción en el Uno.

¿De qué sirve la filosofía?



No sirve para nada que sea una parte de la realidad, pero sí para mantener en pie al conjunto del ser humano.

Es la misma función que cumplen las religiones dogmáticas, pero contando con la necesidad de la crítica libre y la libertad de pensamiento.

En este sentido, la filosofía es necesaria en la práctica, porque sin ella se desmorona el ser humano.

Lo podemos comprobar en la sociedad europea de hoy, en la que la falta de un pensamiento coherente y sólido, nos deja sin más pretensiones que nuestros intereses personales e inmediatos, que rápidamente pueden deshacerse con el vaivén de los sentimientos.

La única convicción que compartimos hoy, y no es pequeña, es el respeto y la afección hacia la democracia, que es la forma política de la libertad de pensamiento, un sentimiento que no existía con tal unanimidad entre nosotros a mediados de siglo, cuando tanto las derechas como las izquierdas eran totalitarias.

Filosofía del Uno

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Por Kim Pérez

(Por el formato de los cuadernos en la red, que van añadiendo páginas de más nueva sobre la más antigua, me parece bueno poner de mes en mes este texto, que es el fundamental del cuaderno que está en pantalla, porque de otro modo se perdería bajo los que voy añadiendo, que se pueden considerar como sus comentarios.

Publiqué la primera versión, con el título de “Crítica de la crítica”, en el blog “Politically Incorrect”, el 4 de junio de 2005 y en este nuevo blog, ya con el título actual el 27 de agosto de 2006)


NOTA PERSONAL. Con siete años, para mi Primera Comunión, elegí por mí mismo una jaculatoria que decía: “Que yo esté en Vos, Señor, y Vos en mí”. Golpeó mi imaginación este juego de palabras que era más que un juego de palabras. Luego me ha parecido que este hecho representa la fuerza de la intuición metafísica humana, aun en la niñez.

Me aclaré este mismo deseo, cuando pocos años después, con nueve o diez, jugando en el suelo con una tartana de lata con su mulo, me di cuenta de que ansiaba un juguete que fuera Uno y que valiera por todo, un centro del pensamiento en el que pudiera reposar mi pensamiento, para que no tuvieran que dispersarse mi atención ni mis sentimientos.

Entonces quise imaginar tenazmente cuál podía ser el juguete perfecto, aun dándome cuenta de lo imposible que podía resultar encontrarlo. Pero este juego entre lo deseado y lo imposible me tuvo obsesionado durante días o semanas, recordándolo de vez en cuando con una especie de nostalgia y de desengaño que no me desanimaba.


PRESUPUESTO METODOLÓGICO


Es posible reconocer que ciertas dimensiones del pensamiento entendido como “lo que se piensa”, proceden de la realidad del pensamiento mismo, entendido como “lo que piensa”, que resulta ser una parte de la realidad destinada a la contemplación y entendimiento de la realidad.

Definiré la palabra realidad, en el sentido en que la uso en este texto, antes de seguir: Por realidad quiero decir todo lo que somos y nos envuelve y más agudamente, realidad es tanto lo que nos constituye como sujeto del pensamiento como lo que percibimos como objeto del pensamiento.

Frecuentemente, pensamiento y realidad se han contrapuesto como sujeto y objeto, hasta el punto de examinar las propiedades del pensamiento por un lado y las de la realidad por otro; pero si el pensamiento es una parte de la realidad, algunas de sus propiedades deben remitir a las de la realidad, en general.

No es decir que la realidad sea pensamiento, según la formulación idealista; es decir, más sencillamente, que, si el pensamiento es parte de la realidad, ciertas formas con las que empezamos a pensar deben ser consecuencia o corresponder a las estructuras de la realidad.

Sin embargo, no somos conscientes de todas las inferencias que tendría la posibilidad de que correspondan, tan fuertes como la necesidad del aire que respiramos.


EL SENTIDO


Creo que hay por lo menos dos supuestos o postulados del pensamiento que pueden conmovernos si consideramos que traducen la realidad:

El primero es que pensamos porque suponemos que pensar tiene sentido; de aquí se infiere que suponemos que la realidad sobre la que pensamos tiene sentido o que no es un conjunto caótico.

El postulado del sentido está vinculado a lo que se puede llamar la economía del pensamiento. El pensamiento es un trabajo que se realiza, lo diré con humor involuntario, con medios escasos; requiere un esfuerzo y para realizarlo se tiene que postular que ese esfuerzo tenga sentido, es decir que conduzca a algo que no se tenía al principio y que se tiene después: un conocimiento.

Como hecho de la economía del pensamiento (optimizadora del rendimiento de los medios limitados de que disponemos), ponerse a pensar, realizar el considerable esfuerzo de pensar, postula que este trabajo tenga sentido, porque si no lo tuviere, no valdría la pena realizar ese esfuerzo.

Pero para que el pensamiento tenga sentido, debe postularse también que la realidad lo tenga, aunque sea en otra acepción de la palabra, que se concretaría en que esta realidad, a menudo dolorosa, conduzca a un estado que tenga sentido lógico para el pensamiento, lo que sólo puede ser ir de un menos a un más.

Pero todavía más fuertemente, si nuestro pensamiento, convertido en acción consciente, trabaja por acomodar la realidad a nuestra voluntad, es porque presuponemos que hay esa posibilidad y por tanto que la realidad tiene ese sentido, más allá de sus dificultades, peligros, dolores y contradicciones.


LA UNIDAD


El segundo postulado del pensamiento está en la unidad del objeto del pensamiento, la realidad. Al pensar se presupone que todo lo que observamos está unido, coherente, que no está sujeto al caos de la dispersión, porque si lo estuviera, también nuestro pensamiento se quedaría roto, disperso, sin posibilidades de unificación, incoherente.

Si nuestro pensamiento no fuera unificado, sería incoherente; estaría compuesto por fragmentos dispersos, menores o mayores, pero más o menos inconciliables. No podríamos hablar: nuestras expresiones estarían rotas, serían absurdas. Es decir, en pocas palabras: no existiría el pensamiento ni la expresión.

Pero la unidad del pensamiento corresponde a la unidad de la realidad. Si nuestro pensamiento es coherente, si nos permite avanzar en el conocimiento de la realidad, es por que ésta es coherente, está unida, y el pensamiento que forma parte de de ella, como la función que consiste en su conocimiento, es también coherente y unida.
Si no lo fuera, el pensamiento tendría que dispersarse en mil direcciones y sus hilos quedarían incomunicados e incomunicables para el mismo sujeto que los piensa, que así se vería amenazado por una especie de esquizofrenia, que es precisamente lo que más podemos temer como sujetos del pensamiento, el extravío, la incoherencia, la aparición ante nuestros ojos de un mundo discordante e incomprensible.

Pero como la realidad es una, ¿hay manera de ver su unidad de manera que sea posible reposar en ella de la diversidad agotadora y de la dispersión?

Si la realidad fuera una, pero no pudiéramos verla unida, estaríamos obligados a que continuamente aparecieran ante nuestra atención objetos particulares diversos, ninguno de los cuales merecería que le entregásemos por siempre nuestra mirada, por simple cansancio de él o por el temor de que nos estuviésemos perdiendo algo presente en otro objeto.

La visión de la unidad, de ser posible, será la única en que tal objeto, siendo uno solo, lo es todo, vale por todo o todo se puede ver en él mirándolo a él.

De hecho, presuponemos por lógica que la realidad es coherente y debe formar una unidad más allá de la pluralidad de las realidades que nos parecen fragmentarias o contradictorias, porque continuamente nos esforzamos en elaborar síntesis parciales o uniones de lo que observamos, y a medida que las elaboramos vamos teniendo la sensación de que vamos entendiendo la multiplicidad de la realidad. Avanzamos en nuestro pensamiento cuando elaboramos síntesis de síntesis, lo que significa que presuponemos que toda la realidad es una.

Porque la unidad de la realidad requiere que en este gran vórtice unificador se vaya absorbiendo todo. No serán sólo las teorías físicas las que se verán un día unificadas; el hambre de unidad propia del pensamiento no descansará hasta que vea la unidad de toda la realidad: la de la razón y la de la intuición, la de lo subjetivo y la de lo objetivo… todo lo que hoy aparece escindido como por tabiques infranqueables, algún día dejará ver su unidad secreta.

Insistiré en que no podemos pensar, sin que nuestro pensamiento esté unificado, como sujeto que somos, y sin presuponer la unidad de lo que pensamos, como objeto que pensamos. Son dos aspectos distintos de la misma realidad.

Por tanto este método mío consiste en observar lo que el pensamiento nos dice de la realidad sobre la que actúa; no quiero referirme a lo que los pensamientos nos dicen de sus objetos, sino a que el hecho de pensar, que es una parte de la realidad, nos informa sobre el conjunto de la realidad.


LA PRUEBA DE LA VERDAD


Todo lo dicho se fundamenta en la hipótesis de una correlación entre el pensamiento y la realidad o más bien entre las propiedades del pensamiento y las de la realidad.
¿Pero es posible comprobar tal hipótesis de la correlación?

Cuando ya no miramos las propiedades, sino en general el hecho de pensar por un lado y el resto de la realidad por otro, a la correlación entre uno y otra la llamamos verdad.

Pero, seguimos sin demostrar la hipótesis: ¿existe tal correlación profunda, existe la verdad?

Volvamos a las propiedades: el pensamiento tiene la propiedad de necesitar la verdad, incluso para sobrevivir; literalmente, un error puede ser mortal. Al decir esto, damos un salto de la teoría a la práctica, que es la prueba que buscábamos.

Por tanto, la realidad como conjunto que incluye el pensamiento, debe tener la propiedad de que esta correlación exista, de que existe la verdad.

El salto de la teoría a la práctica elimina cualquier sospecha de tautología en este sistema pensamiento-conjunto de la realidad, propiedades del pensamiento (necesidad de la verdad) – propiedades del conjunto de la realidad (existencia de la verdad)

Por tanto, estamos comprobando que los postulados de sentido y de unidad son verdad.

El criterio de la práctica da un sentido a la historia humana, considerada como un relato colectivo que supera las historias personales: que consista en la mejora de nuestras condiciones de vida o, lo que es lo mismo, pero considerado con mayor profundidad, que nos permita superar nuestros límites materiales, que nos aherrojan: el hambre, la enfermedad, la vejez, la muerte.

Está claro que esto tendría sentido, porque lo contrario sería un sinsentido; nuestra voluntad no puede permitir que la historia conduzca a un empeoramiento de las condiciones de vida o a un reforzamiento de los límites, y por tanto su sentido se halla predeterminado, aunque se pueda caer en el sinsentido.

Este sentido tiende a infinito, por lo que se puede decir que tendencialmente el fin de la historia es la transmutación del hombre en Infinito, o de nuestra materia limitada en Realidad Sin Límite.

Lo Infinito es único, por lo que el sentido de la historia sería también único, cumpliéndose así los dos postulados básicos del pensamiento como parte del movimiento de la realidad. El pensamiento, para tener su único sentido, debe conducir al Infinito.

De este sentido tienen experiencia personal los místicos y, en menor grado, los amantes, los artistas, los héroes, pero sobre todo, todos cuantos han entendido repentinamente la noche, la luz del sol o el mar.

Porque esta capacidad personal, hace pensar que el acceso al Infinito no es sólo una posibilidad histórica colectiva, sino que está abierto aunque a la vez velado en cada persona, que por tanto encontrará en él de algna forma el sentido de su vida personal, tanto más necesario cuanto que esté cargada de límites y fracasos.